viernes, 16 de diciembre de 2011

5.


Hay algo de las cenas de Navidad de empresa que me hace pensar en la Nochevieja. Son citas obligadas que en el fondo a nadie apetece pero a la que nadie falta, y tienen la fea costumbre de coincidir en la misma fecha las cenas de todas las empresas, de manera que al final terminas haciendo cola para todo: para la copa, para el taxi, para el pis. Y encima, ya lo sabemos todas, hay que pasárselo muy bien, y agarrarse una de esas que saben a victoria por la mañana. ¡Qué estrés, Virgen Santa! Así no hay quien trabaje.




La única diferencia, en mi caso, es que este año (esta noche) la cena de Navidad sí me apetece. Quizá sea esto de la crisis, que hace que cada fiesta pueda ser de despedida, o sencillamente que tengo muy mala baba, el caso es que me produce un morbo especial. Ya me cuesta imaginarme a mis jefes vistiéndose solos en su casa por la mañana, así que la idea de verles relacionándose con los empleados en un contexto de ocio me parece, si cabe, todavía más surrealista. Todavía me acuerdo de la cena del año pasado, cuando uno de ellos (me abstengo de decir nombres o cargos aquí), con el coraje del tercer gintónic rezumando por cada poro (¿lo oléis bien?), se arrimó a su secretaria utilizando los balances de cuentas como conversación para abrirse el camino a la cama. Esa noche no hubo beneficios, claro. Es que otra cosa que me vuelve loca de estas ocasiones es que al final termina pareciendo una graduación de colegio, en la que todos acaban follando con todos (o lo intentan sin éxito, que, según qué caso, puede ser incluso peor). Con la diferencia de aquí sí se van a volver a ver el lunes. Y esa parte es casi más la divertida.
Además, a estas alturas del partido, cualquier cosa que pague la empresa, bienvenida sea.

martes, 13 de diciembre de 2011

4.




En el colegio me aburría. Miraba por la ventana esperando que, por obra de algún milagro, el tiempo volara un poco más rápido. También vandalizaba mi pupitre, clavándole con desgana un boli Bic mordisqueado, o alimentaba una fluida correspondencia con mis vecinas de aula.
Un día, durante la siesta de Historia del Arte, cayó ante mí el autorretrato de Courbet y lo miré casi sin querer. Me pareció el pintor más guapo de todos los tiempos, y fue casi el primero cuyo nombre recordé después de pisar la calle. A lo mejor cambió algo en ese momento.

lunes, 5 de diciembre de 2011

3.

Anoche, por fin, Elena me pasó las fotos de las bolitas de flamenquín que hicimos como terapia paliativa para la resaca; así que ya puedo subirlas junto con la receta; como prometí la última vez. Me sorprende que siga escribiendo esto, y también que mantenga mis promesas. ¿Me estará convirtiendo la blogosfera en una persona más responsable? Ahora sólo le falta darme puntualidad.

Flamenquín 'Hangover'

ingredientes:

Carne de cerdo picada
Jamón
Medio diente de ajo
-Tomillo y perejil
Un chorrito de vino seco de Jerez
Otro de leche
Queso suave (nosotras teníamos provolone)
Salypimienta
Para empanar:
Harina, huevo y pan rallado.


La habilidad que requiere esta receta es la que se le supone al pre-escolar al que apuntan a clase de manualidades, lo que lo convierte en un éxito seguro si queréis servir un entrante apañao cuando venga alguien a casa.
(Nota: Abstenerse y mantenerse a distancia de seguridad personas a dieta.)



Primero se saca la carne de cerdo y se deja templar un poco para que luego se pueda trabajar mejor. No es imprescindible, pero a mí me resulta desagradable meter las pezuñas en un trozo de carne helada. Mientras, en un mortero, se maja bien el ajo (se puede quitar el nervio para evitar, en la medida de lo posible, el aliento de dragón del ajo), con las hierbas, y luego se le añade el vino y la leche. Con un chorrito pequeño de cada vale, que luego no se hacen las bolas...
Se pican un par de lonchas de jamón.
En un bol grande, se añade a la carne de cerdo el majado de ajo, hieras, vino y leche, con el jamón picado. Se salpimenta y se trabaja bien para que se mezclen los ingredientes y los sabores.

El resto es sencillo y perfecto para hacer en equipo, para ese momento de solidaridad post-etílica. Se coge un poco de la mezcla y se le hace un hueco en el centro para meterle el queso. Luego se aprieta bien para que quede compacta y se le da el tamaño de una pelota de golf. Después se pasa por harina, huevo y pan rallado, y a freír en aceite bien caliente.
Nosotras lo acompañamos con un poco de mahonesa de mostaza y albahaca y unas patatas cocidas y doradas en el horno con un poco de aceite de chile, para que no decayera el valor calórico.


miércoles, 30 de noviembre de 2011

2.


Resaca.
(De resacar)
1. f. Movimiento de retroceso de las olas después de que han llegado a la orilla
2. f. Malestar que padece al despertar quien ha bebido alcohol en exceso.


¿Cómo hace la reina de Inglaterra para reinar por las mañanas?




No sé por qué todavía me sorprendo. A estas alturas del partido tendría que haber aprendido que beber vino tinto y blanco a la vez, mal. Que beber vino y después ginebra, peor. Que vino, después ginebra, y luego vino otra vez, es casi tan bueno como meter la cabeza en el horno. Lo más triste es levantarme y pensar '¡pero, ¿por qué?! Si yo antes...' Yo antes me levantaba como una rosa, y lo único que me dolía era el corazón, si es que me lo habían roto la noche anterior. Y ni siquiera, porque creo que romper corazones era mi departamento... pero, eh, no vengo a hablar de eso. Recuerdo un domingo hace años, a los 21 o así, que me levanté en casa de Elena y nos miramos las dos como si alguien nos estuviera pegando por sorpresa, con los bajos de toda la ruta del bakalao en la cabeza, y con una mezcla imposible de ganas de vomitar y de comernos una hamburguesa del Burger King (estímulo-respuesta sin pies ni cabeza). Ese día conocimos la verdadera resaca. Creo que fue ahí también cuando se inauguró nuestro habitual brunch de los domingos. Es un gesto de complicidad, un acto de amor, una señal de que estamos en el mismo barco que se hunde bajo el peso de una resaca sin precedentes... Ay...
He de reconocer que desde hace un tiempo nos portamos muy bien, y que ya apenas hay domingos con dolor; pero el brunch sigue siendo inamovible. En casa de una o de la otra, solas o con más gente, pero siempre está. Este domingo tocó mi casa, y tocó resaca; de las duras. De las de vino-ginebra-vino. Cuando cae uno de estos días, entramos en una especie de complicidad silenciosa en la que no hace falta hablar, ni sonreír, ni nada, para entendernos... lo único que queremos son grasas saturadas. De forma intravenosa a ser posible. Cualquier atisbo de dieta o régimen quedan relegadas a una insultante risotada cuando se trata de una situación como esta. Venid grasas, a mí, a mi culo, a mis muslos...
Elena me miraba con esos ojillos que se le ponen en los domingos de gloria, mientras trataba de meterse un café a la fuerza, cuando dijo:
Tía, los flamenquines de Córdoba...
Qué asco, cállate, –le dije. Y acto seguido– Ay, unos flamenquines... ¿no?
(Estímulo-respuesta sin pies ni cabeza).
Para hacerlos tenía casi de todo lo necesario en la nevera, pero los filetes de cerdo eran un asco, y al darles golpes para aplanarlos, con la habilidad cirujana de nuestra resaca, los dejamos hechos un cristo y eso no había quien los enrollara. Así que se me ocurrió meter la carne en la trituradora, y convertir los flamenquines en 'bolitas de flamenquín'. El resultado fue una bomba calórica de cerdo, jamón, queso y hierbas divinas que demolió los cimientos de la resaca y nos dibujó sonrisas de felicidad y plenitud.
Quería compartir la receta aquí, porque hicimos unas fotos estupendas, pero la cámara era de Elena, y hasta que no me las mande no las puedo poner. Así que lo prometo para el próximo post.


(Me parto. Mientras escribo esto, escucho esto otro: 



¿Sabíais que 'undertow' significa... ¡Resaca!? Pero de la otra... la del agua.)

domingo, 27 de noviembre de 2011

1

De pequeña tuve un diario durante una semana que nunca me atreví a abrir. Lo escondí dentro de una caja en lo alto de la estantería de mi habitación porque me daba pánico que lo leyera mi madre. Estaba enamorada de Javi, aquel niño que se sentaba cerca de mí en clase, y que todos los días venía embadurnado en Nenuco y con el pelo perfectamente peinado. Me fascinaba que siempre consiguiera volver a casa con el mismo aspecto impecable, después de correr y jugar por el patio como un loco. A mí me sudaban las manos, y al mirármelas después de jugar en la arena veía puntitos brillantes y pequeños surcos de porquería oscura en las palmas. Me daba vergüenza y siempre las escondía detrás del vestido, que retorcía y estrujaba, nerviosa, a la espalda y lo manchaba, para desesperación de mi madre. Nunca le dije nada a Javi, igual que nunca lo llegué a escribir en aquel cuaderno secreto. Era una niña muy pudorosa.
Hoy me enfrento por primera vez a un blog. En realidad es algo que siempre quise hacer, y que si hasta ahora no he hecho es quizás por ese miedo que ya tenía de pequeña; y porque esto de Internet, a mi edad, me sigue impresionando un poco. Lo uso a diario y de forma casi constante; más ahora que incluso me ha invadido el teléfono móvil; pero no deja de producirme un cierto vértigo el océano de información y la velocidad a la que se sucede. Con tanto tweet, hashtag, y trending topic me da la sensación de que nunca llego, que siempre voy un pasito por detrás. Y eso que mis amigas, ahora que no me oyen (pero espero que me lean), son todas unas tecnofrikis. Se diría que algo se me habría pegado...
Pues vaya, el otro día nos vimos para comer en Le Patrón, y reconozco que una vez más me fui de paseo cuando sacaron sus androides y se pusieron hablar en ese idioma que apenas controlo. Pero esta vez, sin venir a cuento, de repente me acordé de Javi, de ese diario que nunca me atreví a escribir, del pavor y atracción al vacío que me producen las nuevas tecnologías... Y entonces oígo a Gloria decir:
23 comentarios en mi último post.
Pero, ¿la gente lee tu blog? –le pregunté, saliendo de la inopia. Las tres me miraron como si fuera un alienígena; y qué puedo decir... Me sentí como uno. Pues claro que lo leen, me dijeron. El de todas. Todo es saber a quién va dirigido y que lo que pones sea del interés de alguien. Así que debo ser la única del universo que todavía no ha pedido hora en la blogosfera. Luego me quedé pensando, y decidí que por qué no probar. Al fin y al cabo me lo debo. Aunque sea por Javi y lo que no le dije ni escribí sobre él. Ahora que lo pienso, seguro que el tío ahora es un broker agresivo con dos hijos rubios y una Barbie a tamaño real, y me caería fatal. Pero eso ya da igual.