lunes, 3 de junio de 2013

73.


Un pájaro se ha colado en mi habitación. Oscurece a mis espaldas, la luz entra roja por la ventana, y una sombra ha volado frente a mí durante una fracción de segundo. Ha movido mi pelo y me ha erizado la piel; he tenido miedo durante un momento. Después un golpe, un aleteo torpe, el crujido de unos papeles.

A veces me siento en la cama a esas horas, y pienso; muchas veces en nada, otras demasiado. Últimamente pienso en la escritura. Me pregunto si debo escribir, y por eso no lo hago últimamente. Decía Rilke que sólo hay que hacerlo si se tiene una profunda necesidad, y no sé si ya no la tengo o es que he perdido las ganas. Me has vuelto a escribir y me preguntas por qué ya no contesto y me siento estúpida al decir que no me atrevo, que la página es inmensa y no sé por dónde empezar, que estás tan lejos que las palabras pierden su significado mientras cruzan el océano. Mientras tanto, mi bandeja de entrada almacena correo sin respuesta; y a la vez, un pájaro agoniza entre los papeles de mi mesa. Él piensa que va a morir, yo que no volveré a escribir.

Ha entrado por la ventana abierta, y al querer salir se ha estrellado con otro cristal. He leído que los vencejos tienen las alas tan largas que no pueden emprender el vuelo desde el suelo, que están tan bien hechos para volar, que no pueden despegar; deben lanzarse desde lo alto. Por eso construyen su vida en el aire, porque si tocan el suelo, morirán. Este vencejo ha luchado durante un rato contra sí mismo y ahora se ha rendido. Está aturdido y tiene miedo. Sé que si me vieras te haría gracia y pensarías que me siento intimidada por un animal indefenso, y que tú sabrías qué hacer para que todo volviera a estar bien. Pero la verdad es que sólo me produce una tristeza infinita. Por él, por mí, por todos. Porque su lucha es inútil si nadie le salva, porque sus alas no le van a sacar de aquí, y de repente, ahora mismo, tengo la sensación de que si él no sale yo tampoco podré hacerlo. Un pájaro me ha visitado en un momento de debilidad y ahora es él quien quizá no sobreviva.

Su cuerpo delicado tiembla entre mis manos y siento su fragilidad absorber la mía. Ya es de noche. Si este pájaro vuela, te escribiré. Cuando lo suelto desaparece en la oscuridad. Creo que oigo un aleteo.

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