Hoy me enfrento por primera vez a un blog. En realidad es algo que siempre quise hacer, y que si hasta ahora no he hecho es quizás por ese miedo que ya tenía de pequeña; y porque esto de Internet, a mi edad, me sigue impresionando un poco. Lo uso a diario y de forma casi constante; más ahora que incluso me ha invadido el teléfono móvil; pero no deja de producirme un cierto vértigo el océano de información y la velocidad a la que se sucede. Con tanto tweet, hashtag, y trending topic me da la sensación de que nunca llego, que siempre voy un pasito por detrás. Y eso que mis amigas, ahora que no me oyen (pero espero que me lean), son todas unas tecnofrikis. Se diría que algo se me habría pegado...
Pues vaya, el otro día nos vimos para comer en Le Patrón, y reconozco que una vez más me fui de paseo cuando sacaron sus androides y se pusieron hablar en ese idioma que apenas controlo. Pero esta vez, sin venir a cuento, de repente me acordé de Javi, de ese diario que nunca me atreví a escribir, del pavor y atracción al vacío que me producen las nuevas tecnologías... Y entonces oígo a Gloria decir:
–23 comentarios en mi último post.
–Pero, ¿la gente lee tu blog? –le pregunté, saliendo de la inopia. Las tres me miraron como si fuera un alienígena; y qué puedo decir... Me sentí como uno. Pues claro que lo leen, me dijeron. El de todas. Todo es saber a quién va dirigido y que lo que pones sea del interés de alguien. Así que debo ser la única del universo que todavía no ha pedido hora en la blogosfera. Luego me quedé pensando, y decidí que por qué no probar. Al fin y al cabo me lo debo. Aunque sea por Javi y lo que no le dije ni escribí sobre él. Ahora que lo pienso, seguro que el tío ahora es un broker agresivo con dos hijos rubios y una Barbie a tamaño real, y me caería fatal. Pero eso ya da igual.
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