lunes, 30 de enero de 2012

9.



El café me ha sentado mal. Era de ayer y lo he metido en un termo para beberlo de camino. Se me ha olvidado calentarlo porque no llegaba y me he puesto nerviosa al pensar que había prometido dejar de fumar y ya me estaba encendiendo otro pitillo, cuando además sé que en ayunas me da asco. He perdido el metro por los pelos y he pensado que si no hubiera tenido el termo en la mano quizá habría podido correr más rápido. Sé que es mentira porque nunca corro con tacones así que no lo habría hecho; pero lo he pensado, y he tirado el termo a la papelera, sin ni siquiera habérmelo bebido. A lo mejor por eso me ha sentado mal.
En la oficina todo el mundo estaba histérico, y se movía de un lado a otro dando gritos, y cuando he entrado he pensado que igual, al fin y al cabo, sí que llega el fin del mundo. Pero cuando me han visto, todos han parado en seco y se han callado. Me han mirado en silencio, con una mezcla de pánico y pena, y lo primero que he pensado es que también se me había olvidado peinarme; y luego, a juzgar por el caos, que a lo mejor sí era el fin del mundo, y yo con estos pelos.
Pero sí me había peinado. Sólo era que han quitado las subvenciones sobre las que se sustenta la empresa y nos hemos quedado con cara de idiotas. Me pregunto por qué se me queda cara de idiota, o incluso por qué me importa, si en el fondo hago un trabajo que odio. A a lo mejor es que una se acostumbra a todo, y eso me da rabia porque es como morirse un poquito.
Por la mañana he fumado en la oficina y nadie ha dicho nada. Tampoco he hecho nada más. Me he sentado ahí, esperando, a ver si se acababa esto; pero no. Los lunes son eternos cuando no hay trabajo en el trabajo.

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