miércoles, 27 de febrero de 2013

64.

Alain Leroy se siente un extranjero en su ciudad y cuenta las horas para que el terror acabe. Él sabe que hoy es su último día, que después de esta noche no habrá más. Y aún así, como un acto de fe absurdo, intenta encontrar algo a lo que agarrarse. Creo que busca en sus viejos amigos, en su familia olvidada, en la ciudad que se bebió, un pequeño haz de luz que le haga descubrir que se ha equivocado. No nos despediríamos nunca si supiéramos que no nos van a rogar unos minutos más. Una pequeña parte de él busca algo que ya sabe que no va a encontrar, porque hace tiempo que se fue; hace mucho que se convirtió en un extranjero. Y se sienta en este café a pasar un rato porque le sobra tiempo y se sorprende observando el mundo que le rodea, primero con indolencia, y luego abrumado, porque ya no forma parte de él. A su alrededor la vida corre rápido. Unos chicos jóvenes fardan con su descapotable, una chica rubia camina por la acera, familias, jóvenes que vuelven de clase. Hay una chica que le mira sin cesar desde otra mesa, con ternura y con deseo. Un viejo roba unas miserables pajitas. Alain lo observa todo y no puede sentir nada por lo que ve, porque ahora sí que está todo perdido; no hay esperanza para el náufrago. Y entonces ve entre los restos de la mesa abandonada a su lado una copa de coñac que nadie se terminó. La coge con calma, se la lleva a los labios y lo prueba. Luego se lo traga de golpe. Un gesto pequeño, casi inocente, a los ojos de ese mundo que él observa y del que se siente extranjero. Pero es con ese pequeño gesto que él, de forma consciente, se abraza a su destino trágico.




(Escena de 'Le feu follet' de Louis Malle)

domingo, 24 de febrero de 2013

63. Autorretrato de la adolescente (V)



Cuando teníamos dieciséis años nos zambullíamos en la ciudad con un hambre desaforada. Nos la comíamos y aún queríamos más. Nos mirábamos a los ojos y nos reíamos sin poder parar y ni siquiera sabíamos por qué. Vimos amanecer cien veces en verano sin tenerle miedo a la mañana. Robamos todos los besos que pudimos y juramos no devolverlos nunca. También nos quisimos morir porque no se es adolescente hasta que te quieres morir una noche y resucitas a la mañana siguiente. Vivir y morir juntas con una canción de Radiohead de fondo queriéndolo todo, odiándolo todo, y el otro día nos encontramos por la calle y no supimos qué decirnos. Nos miramos pero rehuimos los ojos y me pareció que buscabas palabras de consuelo, que me querías consolar por algo, pero no había razón para ello. Vi lástima en tu rostro y quise decirte que todo está bien, que no hay nada que sentir, pero no encontré las palabras.
Sé quién eres porque conozco tu nombre, porque reconozco tu cara, aunque ya no es la misma, pero no sé quién eres. Te amé tanto y ahora ya no sé qué decir. No eres la misma persona, yo no soy la misma persona. Nuestras historias fueron la misma durante un tiempo, luego se separaron. Ahora tienes un pasado propio que ya no es el mío, y un presente que me es extranjero. A lo mejor es eso lo que lamentas, lo que te hace sentir culpable, la razón por la que me quieres consolar, o quizá querías consolarte a ti. Pero todo está bien, y no hay nada que sentir.

martes, 19 de febrero de 2013

62.



El viento se ha llevado tu bufanda, y con ella el hilo de vida que hoy te sostenía en pie. A veces un pequeño gesto, algo insignificante, nos derriba. Nos rompe por dentro y por fuera, de dentro a fuera; una pluma que hace saltar la catapulta. Hay algo ridículo en que un vendaval como el de hoy consiga lo que no necesitaba más que un suspiro. Qué malgasto de energía. Resulta demasiado patético querer morirse en el momento en el que el aire te agita el pelo de tal forma que pareces un borrón, y que las hojas vuelen por el aire y no sepas si lo que humedece tu rostro es una lágrima o el agua que viene de ninguna parte. Y resulta demasiado patético porque esas cosas sólo ocurren en las películas, y cuando las ves querrías que eso te pasara a ti, porque la heroína sufre, y tú querrías sufrir como ella. Pero en la realidad son tan reales, que parecen de mentira, y dan un poco de risa, se les ve el truco. Te das cuenta de que no sabes si lloras porque el viento se llevó tu bufanda, y con ella el hilo de vida que hoy te sostenía en pie, o si lloras de vergüenza por ser un cliché que pensó que dibujaría una bonita imagen, desolada en una calle arrasada por un viento que te enmaraña el pelo. Pensaste que serías una heroína a la que amaron o quizá estén a punto de amar con locura, y que tu sufrimiento sería bello a los ojos de los espectadores, pero en la calle no hay espectadores. Nadie lo vio, porque la gente no mira por la calle, tan sólo lo sentiste por dentro, de dentro a fuera, y pensaste que el sufrimiento sólo es bello cuando se es testigo de él, y no la víctima. ¿Y sabes qué es lo más triste de todo? Que olvidaste por qué estabas triste, y seguiste caminando como si el viento no te hubiera robado la bufanda.

martes, 12 de febrero de 2013

61.

Vargtimmen

-¿Oyes lo tranquilo que está todo?
-Sí, está tranquilo.
-Hubo un tiempo en el que las noches eran para dormir... profundamente, sin sueños. No puedo dormir. Me despierto de miedo. ¿Anna?
-¿Sí?
-¿Estás cansada?
-No, no demasiado.
-He pasado en vela cada noche hasta el amanecer. Pero esta es la peor hora. ¿Sabes cómo se llama?
-No.
-Los viejos solían llamarla 'la hora del lobo'. Es la hora en la que la mayoría de la gente muere, y la mayoría de los niños nacen. Es ahora cuando nos llegan las pesadillas. Y si estamos despiertos...
-Tenemos miedo.
-Tenemos miedo.