Tuve un novio que era un yonqui de la música. Pero de verdad. Si se la hubiera podido inyectar, lo habría hecho. Creo que le habría gustado que los días tuvieran una hora más para escucharse un último disco. Quizá era algo más que una obsesión, una necesidad vital tal vez. Aunque soy melómana, no pude aguantar su ritmo. Sí me quedé con una pequeña colección de discos que compraba, escuchaba y luego no podía almacenar; como todas esas cosas que deberían haber sido reclamadas hace tiempo, pero ahora ya no viene a cuento, o da vergüenza, o pereza, y andan desperdigadas por casas de antiguos amantes recordándoles sus vidas pasadas. También me dejó un amor especial por músicos a los que no habría prestado atención si no fuera porque eran la banda de sonora de su vida. Así amé a Tom Waits, a Cash y a John Frusciante, a los terremotos de los grupos alemanes de los 70 y los viajes alucinados de los shoegazers de Oxford. También aprendí que hay músicos a los que, hagan lo que hagan, les seguiré profesando un amor ciego.
Cuando un día me puso el primer disco de The Birthday Party le dije que estaba loco. Después, al cabo del tiempo, me desperté pensando que Nick Cave el nuevo (otro) amor de mi vida. La noche anterior casi había quemado el ‘Henry’s Dream’ de tanto escucharlo y entendí por qué el chico yonqui de la música me había puesto ‘Prayers on Fire’ aquel día.
El lunes salió el nuevo single de Nick Cave & The Bad Seeds, que estará listo en febrero. Me pareció un poco ‘bah’, como casi todo lo que viene haciendo en los últimos años, pero Cave es de esos a los que les perdono todo. Lo que me alegró el día fue este vídeo. Un teaser de la grabación del disco, que parece más una película de suspense que el lanzamiento de un disco, y eso me hizo salivar.
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