El sábado madrugué de forma descarada. Aproveché para lanzarme a la calle antes de que el resto de locas madrugadoras invadieran las tiendas al grito guerrero de '¡rebajas!', y hacer esas pequeñas compras que luego siempre me dan tanta pereza. Reconozco que detesto ir de rebajas. Tengo una tolerancia muy baja para las colas y las aglomeraciones; a mí me gusta ir tranquila, relajada, probarme... Pero la verdad es que mi fondo de armario empezaba a escasear ropa interior de batalla, de la de domingo de invierno con pelis malas en el sofá, de la de una vez al mes; la de Bridget Jones. Es posible que mi creciente fascinación-obsesión por la lencería empiece a jugar en mi contra. Sí, confieso: soy una yonqui de la ropa interior de lujo.
Cuando entré en la tienda debieron de pensar que estaba loca, o que tenía una afección rara en el cuello que me obligaba a caminar y hablar mirando siempre en dirección contraria a esa temida sección. 'No mires. No quieres una liga nueva. Bragas de algodón... bragas de algodón.' Y descubro que el ridículo mantra, que seguro que estoy recitando en voz alta, funciona. Funciona y tengo ya un puñado de braguitas feas y calentitas en el regazo cuando voy a pagar y una dependienta me pregunta si eso es todo y si quiero algo más. Yo le digo que no.
Yo le digo que no, pero de qué sirve, si las dependientas de las tiendas de ropa interior son como mercaderes fenicios. Son engatusadoras expertas, trileras profesionales. Mueven los cacitos, y cuando levantan, la braga-faja de Bridget Jones se ha convertido en una combinación de encaje negro. No sé cómo lo ha hecho, pero ya lo tengo en mis manos. 'Es tu talla', la oigo susurrar. Miro a mi alrededor y siento pánico, porque veo que la tienda se empieza a llenar de yonquis como yo, que caminan con ansiedad de zombi hacia los probadores. Entonces mi nueva amiga, la dependienta, me lee la mente –también hacen eso–, y me agarra muy suave del codo, y me guía. Me habla muy bajito, en confidencia: 'Ven, por aquí.'
Y entonces estoy desnuda, haciendo malabares para entrar en ese paraíso de seda de encaje, a la vez que respiraciones para borrar de mi mente todo atisbo de culpa. Doy un pequeño traspiés y me siento en una caja de cartón que se vence un poco bajo mí. Entonces miro a mi alrededor. Noto una especie de frío que me sube por la espalda mientras descubro que estoy en un probador improvisado detrás de una puerta que da al almacén. Ya no sé si me he equivocado yo, o si mi nueva amiga me ha metido aquí haciéndome una especie de favor raro. Un favor que sólo invita al desasosiego, porque de repente tomo consciencia de la situación, y ahora sí me echo a temblar. Yo sólo quería unas bragas cómodas, para estar calentita en casa cuando sepa que nadie me las va a ver. Era sencillo: entrar, pagar y salir. Casi no tenía ni que elegirlas; y mucho menos probarlas. Y aquí estoy, sentada en una caja de cartón, embutida en una lencería preciosa pero que ni siquiera es mía, cuando se abre la puerta y doy un brinco, intentando taparme. 'Lo siento, es que tengo que pasar... Es el almacén.' Ya, bonita, pero me has metido tú aquí. Lo pienso, pero no lo digo. Sólo salgo de la seda de un salto, y de otro del falso probador, y luego de la tienda después de pagar la prueba del delito mientras maldigo a la dependienta por haber invadido de esa forma mi intimidad.
Casi corro por la calle para alejarme cuando pienso que me ha vuelto a engañar. Que mi nueva amiga no era más que una zorra astuta vestida de dependienta, que nada más verme la cara me cazó, y luego me empujó al almacén anticipando un ataque de pudor que me impulsaría a comprar otro conjunto. Uno más, precioso, pero que seguro que acabará en un cajón, a la cola con todos los otros que esperan su turno para ser estrenados, a sabiendas de que no hay días suficientes para todos. Y encima me dejé las bragas de algodón en el almacén.
gracias a ti por escribirme. Un beso
ResponderEliminarPero vamos a ver, qué mujer en su sano juicio tiene remordimientos por comprarse unas bragas de encaje??? Se puede dejar de comer carne roja un mes o tener dos dedos de raiz en el pelo, pero unas bragas nuevas de encaje (y supongo que te llevaste el sujetador a juego) es un placer insustituible.
ResponderEliminarGracias por no decir "braguitas", es una palabra tan cursi que debería producir descarga eléctrica pronunciarla.
TIenes razón, Volga. Hay pocas cosas como un momento de desenfreno en una tienda de lencería. Creo que los remordimientos vienen más por haber vuelto a 'picar'; por caer una vez cuando iba con el firme convencimiento de no hacerlo. Una cree que es fuerte y lleva las riendas y en un pispas se da cuenta de que es mentira y que a la mínima de cambio se la mete doblada a sí misma.
EliminarPero sí, hay días que te levantas y dices: 'mi reino por unas bragas nuevas'. ¡Y bien que sienta!
No me puedo creer que sólo tengas un seguidor. Es un blog muy bueno e íntimo.
ResponderEliminarMe uno.
http://bohemiayaparte.blogspot.com/
-xxx-
Muchísimas gracias. La verdad es que llevo muy poco con el blog, y no le dedico todo el tiempo que me gustaría, así que a veces me pregunto si lo leerá alguien. Me hace mucha ilusión ver que sí.
EliminarUn beso
Es un alivio saber que no estoy sola en el inútil intento de no caer en las garras de las despiadadas dependientas de las tiendas de lencería. Pero pensándolo bien, es que no queremos caer? Abajo la culpa! Viva el cajón de la mesilla repleto de encaje!!
ResponderEliminarNo estás sola Jimena. La culpa se soporta mucho mejor con un escote balconette.
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